La historia de Sara: Cómo cambió mi suerte
Mi historia empieza unos 14 años atrás. Me enamoré de un chico fantástico, Paul. Pasamos todos los años de universidad juntos. Pronto lo supe… este hombre sería el padre de mis hijos. Por suerte, fui suficientemente inteligente y quise que cada uno construyera su vida primero, que encontráramos trabajo, construyésemos un hogar… Mi deseo de ser madre era inmenso, eclipsaba todo lo demás. Sí, éramos muy jóvenes, pero eso no tenía nada que ver con querer empezar una familia. Sólo sabía que quería tener hijos suyos y quería empezar ya. Mi propósito en la vida era formar una familia; desgraciadamente, no era el suyo. No estaba preparado para niños todavía. No había encontrado su camino en la vida, no estaba contento con lo que ya tenía, no se encontraba a gusto con su trabajo… En resumen, no quería tener hijos hasta que resolviera todos estos asuntos. Sobre todo, soñó durante años con un viaje alrededor del mundo. Yo ya estaba feliz con mi vida en Bélgica, había encontrado un trabajo que me gustaba, no quería irme de viaje por el mundo. Pero entendía sus motivos y nunca quise privarle de su sueño, así que le dije que se fuera, que le esperaría. No quería que tiempo después me culpara por no haber cumplido su sueño. Le quería e iba a retrasar mi sueño para dar prioridad al suyo.
No hubo ninguna iniciativa, no hacía nada y tampoco estaba feliz. Lo único que hacía era hablar del supuesto viaje, pero nunca se movió para nada. Tras 8 años juntos decidimos separarnos ya que lo que buscábamos en la vida era demasiado diferente. Aunque no tomase acción, nunca accedería a tener hijos antes de su viaje. Yo sentía que mi tiempo y mi paciencia se iban agotando, así que lo dejamos. Claro que había otras cositas en nuestra relación, pero esta era la más importante. Me alegré muchísimo cuando me enteré de que se iba a ir con un amigo suyo. No le esperaría, pero mis sentimientos hacia él nunca se fueron del todo. Aunque yo no era parte ya de nada de eso, me hizo feliz que finalmente se lanzara a ello. Secretamente, tenía la esperanza de que algún día lo nuestro acabaría en final feliz.
Me apunté para ser madre soltera a un hospital en Bélgica, pero opinaron que era demasiado joven. Puedo entender su respuesta, ya que por aquel entonces sólo tenía 28 años. Sin embargo, me sentí dolida y tampoco quería empezar esta aventura con un hombre al que no quisiera así que seguí soñando, esperando…
4 años tras la ruptura, mi camino se volvió a cruzar con el de Paul. Yo había estado en alguna que otra relación, pero él siempre reaparecía en mi mente. Nunca cortamos el contacto del todo. Me dijo que había madurado, que entendía por qué acabó nuestra relación, que estaría feliz de retomarla pero sobre todo… que estaba preparado para ser padre. Volvimos juntos, pero pronto me di cuenta de que nada había cambiado. ¡Pero seguí queriéndole tanto…! Seguía viéndole como el padre de mis hijos. Nuestro amor podría con todas las cositas pequeñas, o eso deseaba. Supongo que deseé demasiado y me mentí mucho tiempo. Siempre me he sentido la más fuerte en nuestra relación. La presión siempre estaba sobre mí. Por suerte, soy una chica positiva y, hasta el momento, había podido con todo. Esta vez… ¡simplemente tenía que funcionar!
Un año más tarde me demostró su amor por mi acompañándome al orfanato en el que trabajo cada año durante mis vacaciones. Esos niños siempre han estado muy cerca de mi corazón, podía darle parte de mi amor de madre ya que ellos lo necesitaban muchísimo. Así me sentía un poco madre para ellos. Durante estas vacaciones, Paul me dijo que quería empezar a buscar un hijo. ¡Estaba listo! Fue tal mi felicidad… ¡Por fin, por fin, por fin! ¡Mi paciencia estaba siendo compensada! Estaba tan contenta que quería contárselo a todo el mundo. Todos mis amigos, que sabían cómo de grande había sido mi tristeza, se alegraron mucho por mí. Aunque fui la primera en querer ser madre de todos nosotros, había acabado siendo la última en empezar a tener hijos. Todos tenían bebés ya, incluso los que nunca quisieron. Cada vez que visitaba a los pequeñitos en el hospital me sentía muy feliz por ellos, pero también me creaba un sentimiento de vacío. Pero, chico, ¡todo esto estaba a punto de acabar! Es mi momento, ¡el momento de Sara!
Tan solo tuvimos que intentarlo 3 meses para ver que algo iba mal. No me venía la regla, pero los tests de embarazo daban negativo. Pedí hora con mi ginecólogo, el mismo con el que siempre me hacía los tests cervicales. Nunca había habido problema. Me hizo unos análisis de sangre y me dijo que le llamara al día siguiente. Ese mismo día, al teléfono, me dijo que tenía unos valores menopáusicos muy altos. Yo, ingenua, le pregunté: “Doctor, ¿valores menopáusicos? ¿Tiene eso algo que ver con mi fertilidad?” a lo que contestó: “Sí, señorita, no podrá tener hijos, no le quedan óvulos”. Estoy segura de que pudo escuchar cómo perdí el aliento. Estaba en la autopista llorando hasta más no poder. Le podía oír como miraba su archivo, en el que podía ver que sólo tenía 31 años y que el día anterior le había comentado mis ganas de ser madre. Supongo que ya lo había olvidado. Ay mi madre… Me pidió que le fuera a ver esa misma noche sobre las 10 y le dije que sí. Seguí trabajando como si nada hubiera pasado. “Seguro que he oído mal”, me decía a mí misma. No estaba preparada para empezar a creerlo.
Esa noche Paul y yo volvimos al doctor. Nos dijo que yo era infértil, que era completamente post-menopáusica y tuvimos una breve conversación sobre la donación de óvulos. Yo tan solo podía llorar, pero le escuché cuidadosamente. Mientras tanto llegó mi madre con mis suegros, ya no podía con la presión ella sola. Cuando llegó, caí en sus brazos sin dejar de llorar. Mi mayor sueño se estaba derrumbando, había esperado demasiado tiempo. Paul estaba como paralizado, también debió ser difícil para él. Mi suegra lloró conmigo, siempre ha sido una mujer muy dulce y realmente sentía pena por mí. Mi suegro inmediatamente dijo que deberíamos mantener esto en secreto. Empezó a hablar de oportunidades. Inmediatamente lo supe: la donación de óvulos, esa era mi solución, ¡iría a por ello! ¿Dónde tenía que ir? ¿Qué debía hacer? ¿Cuándo estaría embarazada?
Paul no lo vio tan claro. Sentía que estaría teniendo un bebe con otra mujer y él sólo quería hijos conmigo, que fueran míos. No estaba de acuerdo con el nuevo plan. Entendí su reacción, pero después de tantos años de cuidarle, ahora él podía hacer esto por mí. Después de todo, ¿quién tenía la culpa de que hubiéramos empezado tan tarde? Sin darme cuenta, le culpé. Claro que él no podía predecir que esto pasaría; nadie iba a pensar que esto le pasaría a una chica joven y energética de tan solo 31 años. Pero, ¿por qué me vino el instinto maternal tan pronto? Sinceramente, creo que mi cuerpo gritaba: ¡Hazlo ahora que todavía puedes! ¡Ahora eres fértil! Paul me dijo que no podía tomar una decisión sobre la donación de óvulos tan rápido, que necesitaba tiempo para reflexionar. Es una pena que no pudiera aceptarlo al instante, complicó nuestra relación aún más. Ahora he oído de otras parejas con el mismo problema, el marido accede desde el minuto cero y se lo hace mucho más fácil a la mujer, que no tiene que sentirse culpable porque su cuerpo le falle.
Las próximas semanas fueron para mí un infierno. Paul no hablaba del tema. Cada día iba a trabajar intentando olvidarlo, pero por las noches la realidad me golpeaba de nuevo. No podía hacer otra cosa que sentarme en el sofá y llorar. Paul nunca ha sido muy físico, pero un abrazo no habría estado de más. Me sentía sola con el problema, mi cuerpo me estaba fallando por primera vez en mi vida. Y me dio bien duro: lo único que ansiaba tanto mi cuerpo me lo quitó. El problema era yo, me estaba fallando a mí misma y a mi novio. El sentimiento me partía el corazón.
Todo esto sucedió mientras nos comprábamos una casa juntos. El estrés añadido fue demasiado para mí. Por primera vez en nuestra relación la débil era yo, no podía seguir para adelante, mi cuerpo no quería ir más allá, estaba súper insegura. Paul seguía sin decidirse sobre la donación de óvulos. No me abrazaba ni me besaba. Solía ser yo quien tuviera la iniciativa sexual en nuestra relación, pero dado mi estado tampoco podía. Me empecé a enfadar con él. Creo que fue la época más oscura de mi vida, nunca querría volver a ella. Claro que tampoco fue fácil para él pero, ¿no podía aceptar?, ¿hacer desaparecer esta nube oscura?
No importaba cuánto doliera, nuestra relación se cerró todavía más. No podía acudir a él con mi problema así que me dejé llevar más y más. Mi mayor miedo se había hecho realidad… Nunca podría ser madre.
Un día vino y me dijo que quería tirar adelante con el plan. Me sentí muy aliviada, pero algo fallaba. No parecía entusiasmado. ¿Cómo podía no estarlo? Me enfadé por dentro, aunque aun no entendía por qué.
Organizada como soy, ya había encontrado una donante de óvulos. En Bélgica hace falta ya que hay una lista de espera de 3 años, un tiempo que mi cuerpo ya no tenía. Mi mejor amiga de parvulitos, Astrid, siempre fue muy cercana y buena conmigo. Conocía la historia y quiso ser mi donante. Incluso su marido estuvo de acuerdo. Tenía el perfil perfecto para ser donante. De esta manera estaría ayudando a su amiga y además estaría haciendo una buena acción. Siempre fue muy buena. No podía creer lo rápido que había ido todo, la gente busca donantes por internet durante años. Sabía que nunca podría devolverle el favor. Me acompañó al hospital, dónde le dieron el visto bueno tras hacerle varias pruebas tanto físicas como mentales. ¡Qué suerte tenía de tener una tan buena amiga!
Fui a un congreso por trabajo. Fue bueno separarme un tiempo de Paul, ya que en casa las cosas no estaban muy bien. De esta manera podría aclarar mi mente. Durante el congreso me di cuenta de que no podía seguir así. Esperaba mucho más de él, necesitaba que me apoyara de vez en cuando… tanto emocional como físicamente. Quería que tomara esta decisión por amor y que dejara de dudar (como siempre hacía). Quería que estuviera contento con su decisión, como lo estaba yo. Cuando volví a casa esperaba un abrazo suyo, unas palabritas diciéndome que me había echado de menos, que me dijera lo feliz que estaba de que existiera solución a nuestro problema, que sentía su primera reacción… Sin embargo, seguía sintiendo su frialdad. Me colapsé. Empecé a agobiarme pensando en la casa que habíamos comprado juntos, en nuestro sueño y en la forma en que lo íbamos a cumplir. Él siempre pensaría que ese hijo no era mío sino que de otra mujer. Durante mi ataque de pánico, sentí que tendría que ser yo la fuerte de nuestra relación para siempre ya que estaba muy claro que, en mis épocas de debilidad, todo nuestro hogar, relación y vidas se derrumbaron. No quedaba nada. Le quería con toda mi alma, pero por primera vez en mi vida el amor no era suficiente. Merezco más, alguien que aprecie todo el trabajo que hago, en la oficina, en casa, el orfanato, con nuestros amigos y familia… Merezco alguien que me apoye y me vea por quien soy, una luchadora, una optimista, pero también una niña, una personita asustada.
Nuestra relación no sobrevivió. Dejamos la casa. Dolía muchísimo, pero al poco tiempo volví a sentirme fuerte. Estoy contenta de haber intentado esta segunda parte, no puedo culparme por no haberle puesto ganas… Hice todo lo posible durante años. Las relaciones son cosa de 2 y se que no soy perfecta, pero mi corazón sabe que le puse empeño a que la nuestra funcionara. Por mucho que me quisiera, no supo ayudarme a hacer que lo nuestro funcionara.
Pronto tomé una decisión que cambiaría mi vida para siempre: quería ser madre soltera. Ya lo había intentado entre la primera y segunda parte de mi relación con Paul y me habían dicho que era demasiado joven. Entendí esa respuesta entonces, pero ahora con mi menopausia precoz, tenía curiosidad sobre cual sería su repuesta. Sin embargo, yo ya lo tenía claro. Iba a tener hijos por mi cuenta. No dejaría que mi futuro dependiera de nadie más, dejaría de esperar a Don Perfecto… ¡Era mi momento! Mi mente lo quería, pero a mi cuerpo no le quedaba mucho tiempo. Todavía podía acoger un bebé en mi barriga, pero la situación podía cambiar en un año. Tenía quistes, principios de endometriosis, ¡así que no me arriesgaría más e iría a por ello ya! Soy una mujer fuerte que se gana bien la vida, con buenos amigos y la mejor madre y hermana que me apoyan en todo lo que hago.
Por aquel entonces, mi hermana estaba teniendo a su segunda hija y yo cuidaba del primero. Ese mismo día recibí una carta del hospital diciendo que podía tener una primera visita para hablar con un psicólogo para empezar todo el proceso de convertirme en madre soltera. Eran buenas noticias ya que significaba que aceptaban a mujeres menopáusicas, mujeres que carecían tanto de óvulos como de semen. Sabían que yo tenían una donante de óvulos ya y que, con un donante de semen, podrían tener ya mi bebé. Emocionada, llamé a Astrid para contarle las buenas noticias. Fue un día tan feliz, íbamos a acoger una nueva vida en nuestra familia, ya tenía la luz verde para empezar mi sueño.
Astrid también se alegró mucho por mí hasta que le comenté el papel que jugaba ella en todo esto, que pude oír dudas en su voz. ¿No me había dicho, tras romper con Paul, que seguiría apoyándome? Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, le dije que lo pensara, que hablara con su marido. No quería que mi sobrino me viera llorar ni quería que esto estropease mi día. Media hora más tarde me devolvió la llamada, había hablado con su marido y ya no estaban de acuerdo con el plan. Había accedido a ser mi donante sólo si tenía un padre para mi bebé y si compraba una casa más grande… Pero ahora, que debía criarlo sola y en mi casa que tan solo tenía un pequeño jardín… Fue como una bofetada. Cuando había querido ser madre soltera antes ella me había apoyado, me había dicho que lo haría genial, que sería una súper mamá. Pero, ahora que realmente la necesitaba, ¿ya no lo creía? No podía creer mis propios oídos.
Esa noche mi hermana y su marido volvieron a casa, aun no había dado a luz ya que sus contracciones no duraron lo suficiente. Debería pasar la noche sentada en una gran bola y volver por la mañana. Pobrecita, estaba desesperada y sufriendo un montón. Me obligué a callarme mis dolorosas noticias. Me pidió que me quedara a hablar un ratito, a estar con ella para que el tiempo pasara más rápido. Entre contracciones íbamos hablando y me dijo que me deseaba el mismo dolor para el próximo año. Lo dijo con buena intención, claro, y nos empezamos a reír. De repente, empecé a llorar y le expliqué que Astrid había dicho que no ese mismo día. Juntas lloramos, ella tampoco entendía ese cambio de decisión tan repentino. Esa noche nació Sabrina y puse mi dolor a un lado. ¡La familia de mi hermana era más importante por ahora! Estaba realmente feliz con el nuevo bebé, que era tan perfecto. Resultó ser un día muy bonito.
Más adelante, busqué en Google la solución a mi problema. Encontré una clínica en San Petersburgo y otra en Barcelona, el Instituto Marquès. Su página parecía profesional, muy informativa y escrita en varios idiomas… Pero no encontré el coraje para contactarles todavía. Tenía tantas preguntas sobre el viaje, los gastos, sus conocimientos científicos, el origen de sus donantes… Esa misma semana mi madre me contó que la hija de una amiga suya también contactó con el Instituto. Ahí encontré la fuerza para dar el paso y les envié un email.
Desde ese momento todo fue muy rápido. La comunicación fue muy fluida. Eran muy abiertos conmigo y contestaron todas mis preguntas con honestidad. Nos enviamos varios emails antes de comprar mi billete dirección Instituto Marquès. La mejor amiga de mi hermana, que vive en Barcelona, me fue a recoger al aeropuerto y me explicó cómo llegar al Instituto el día siguiente. ¡Gracias a Dios el transporte en Barcelona va genial! Fue tan dulce conmigo, pensó que soy muy valiente y me deseó toda la suerte del mundo. ¡Ya podía sentir mucho amor hacia el bebé que todavía no había nacido!
Llegando al Instituto sentí felicidad y nervios por todo el cuerpo. Mi Patient Assistant, Max, con quien ya me había escrito, me dio la bienvenida y me explicó mi plan del día. Era muy guapo, hablaba buen inglés y era muy amable. Inmediatamente me sentí como en casa. Mi doctor, el Dr. Plaza, me explicó todo el procedimiento, repasamos el programa de medicación, miró mis resultados de los tests que me hice en Bélgica y me hizo una ecografía. Su equipamiento, sus conocimientos, su inglés… todo superaba mis expectativas. Pronto volvía a estar por las calles de Barcelona y ahora, por primera vez en mi vida, con un plan muy concreto. Era una buena sensación, es lo que quería hacer y así lo iba a conseguir. El Instituto Marquès me haría un transfer de 2 embriones cuando mi cuerpo estuviese preparado. Seguiría un estricto horario de medicación y en 11 semanas (cuando mi agenda laboral me lo permitía) volvería a Barcelona a por el primer intento de embarazo. ¿Podía empezar a creerlo ya? ¿De veras podía quedarme embarazada? Todos eran tan optimistas… ¿Era realmente cierto? Parecía un sueño y yo tenía miedo de despertar.
Sí, todo fue muy emocionante y desde el primer momento tuve un buen presentimiento. Los doctores, las enfermeras y todo el equipo se mostraban muy positivos. En ningún otro lugar había sentido esas buenas vibraciones. Nos seguimos escribiendo, me llamaban para preguntar como iba todo… Tuvimos una comunicación muy personal y mostraban verdadero interés por mí y mi cuerpo. Serenella fue la persona con quien más me escribí. Fue muy amable y siempre supo como tranquilizarme. Continuamente, me repetía que lo estaba haciendo genial y me dijo que la llamara en cualquier momento para preguntarle lo que fuera. Nada parecía suponerle demasiado esfuerzo.
Tomé mis medicaciones, dejé de fumar, empecé a comer más sano… Vamos, que hice lo que cualquier mujer en mi situación haría. No era fácil tomar la medicación, ya que había que hacerlo a horas muy específicas. Seguía trabajando, así que, de vez en cuando, tenía que irme de alguna reunión, o cuando estaba en un atasco salía en la gasolinera más cercana. Hay que empezar a las 8 de la mañana y acabas a las 12 de la noche. A pesar de esto, fue bastante fácil. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera para llegar donde quería. Lo único que me preocupaba más es que de vez en cuando perdía un poco de la medicación de aplicación vaginal, ya que cuando haces un gran esfuerzo o te da un ataque de tos, expulsas una parte. Sin embargo, Instituto Marquès me aseguró que no había problema ya que, al contar con que eso pasaba, ya me recetaban más medicación de la necesaria.
17 de Agosto, ¡El Día! Mi querida mamá quiso acompañarme para apoyarme. Debía tomármelo con calma tras el transfer para que los embriones pudieran encontrar un sitio en mi útero. Reservé en un hotelito cercano al Instituto y así empezó mi segundo viaje a Barcelona. A las 16:00 debía estar ahí, todo el equipo estaba preparado. Primero, mi doctor me explicó la altura, peso, color de ojos y de pelo de mi donante. Luego, una enfermera vino para llevarme a aquello que había esperado tanto tiempo: el transfer. Debía estirarme y relajarme, algo no muy sencillo teniendo la vejiga llena. Había un equipo de médicos y enfermeras en la sala, todos ellos muy tranquilos. En casa había comprado 2 ositos de peluche que habían estado durmiendo conmigo los últimos meses y ahora se encontraban sobre mí, como diciendo: “Bienvenidos bebés!” Me acompañaron durante todo el proceso y se convertirían en los primeros peluches de mis hijos. Elegí transferirme 2 embriones por varias razones. La primera, por los niños, para que tuvieran un hermano igual genéticamente en su misma situación. La segunda fue por mí, ya que no estoy segura de poder embarazarme en unos años y siempre quise tener como mínimo 2 hijos. Además, incrementaría mis posibilidades de quedarme embarazada. A mis hijos les contaré la verdad y creo que estarán contentos de tenerse el uno al otro.
Cuando estuve lista, le pregunté al doctor si podía ver los embriones. Me enseñó un video de mis 2 pequeñines. No puedo describir lo orgullosa que me sentí cuando vi las imágenes en la gran pantalla, ¡parecían ya tan valientes y dulces! Estaba súper feliz a pesar de estar estirada en una mesa, piernas abiertas y con 5 personas mirando. Le pregunté a mi doctor si podría quedarme el vídeo e inmediatamente fue a su mesa y me lo envió. Ay, ¡cuánto agradezco todo su esfuerzo! Estaba un poco sensible, el equipo fue tan amable… Me preguntaron por los ositos, hicieron todo el proceso mucho más fácil.
Cuando estaba a punto de suceder, un hombre muy gracioso salió del laboratorio con una aguja súper larga. Dentro estaban mis 2 tesoros. Estaban a punto de ser colocados en mi útero, el cual me gusta imaginar que había estado convirtiendo en un hogar cómodo y acogedor durante todo este tiempo. Un nidito ideal en el que se prepararían para el gran mundo. Pregunté al biólogo si esa aguja tenía que entrar del todo. Me dijo que no dolería, y no mentía. ¡El transfer no duele ni un poquito!
Podía seguirlo todo desde la pantalla. Me sorprendió lo juntos que los colocaron, pero… ¿qué sabré yo de todo esto? ¡Nada! El biólogo volvió al laboratorio con la aguja vacía y esperamos su respuesta. Al volver, nos dijo que todo había ido sobre ruedas y me deseó buena suerte. ¡Qué majo! Me vestí y fui al baño (con mucho miedo de expulsar a los pequeños sin querer, pero me aseguraron que esto era imposible) y recibí las últimas instrucciones. Debía quedarme en cama hasta la mañana siguiente y eso hice. Los 2 ositos se quedaron conmigo todo el rato. Es gracioso, pero empecé a hablar con ellos.
Todavía no se por qué, pero los primeros días tras el transfer estaba de muy mal humor y muuuuuy cansada. Por desgracia, lo pagué con mi madre. Sentía que no debía tratarla así, pero era superior a mí. Me descargué un peso increíble de encima, mis bebés estaban conmigo ya, esta era la parte buena de todo el viaje. Mi buenísima madre aguantó como una valiente, lo único que quería era que todo me fuera bien. Todavía me siento muy culpable. Espero algún día ser una mamá la mitad de buena de lo que ella es.
En casa, retomé mi vida normal y fui a trabajar. Debía esperar 2 semanas a hacer el test de embarazo; las 2 semanas más largas de toda mi vida. Cuando llegó el momento, me tomé el día libre. Si era positivo, no querría trabajar, sino celebrarlo. En caso de ser negativo, me tomaría el día entero para llorar un poquito. Toda la familia y algunos buenos amigos estaban esperando noticias mías, pero yo apagué el teléfono. Al despertar, sabía que ese era El Día, pero no me atrevía a levantarme. Tenía que ir al baño nada más ponerme en pie ya que debía utilizar mi orina matinal para el test, pero todavía no estaba preparada para conocer la respuesta. Al cabo de un rato me levanté, oriné en un pequeño frasco. Debía esperar unos minutitos para el resultado, pero… el test mostraba 2 rayitas rosas: una de prueba y la otra de… ¡¡¡EMBARAZO!!!
No creía mis ojos, pensaba que seguían medio dormidos ya que aún era muy temprano… Cogí la cámara para hacerle una foto y sí, también aparecían 2 líneas. ¿Era posible? Agarré los 2 ositos y les empecé a hablar como si fuesen personitas. Podría haber llorado de felicidad pero no fui capaz por la tensión. ¡Debía llamar a todo el mundo! No, mejor aún, debía ir a verles y decírselo en persona. Dios mío… ¡¡¡mis deseos se habían hecho realidad!!!
Fui a casa de mi hermana ya que sabía que mi madre estaría cuidando de su hija. Mi hermana ya se había ido al trabajo así que la llamé. Me dijo: “Lo sabía, ¡había sentido las energías!” ¡Estaba tan contenta por mí! Cuando llegué a su casa mi madre abrió la puerta. No me salían las palabras… Me quede ahí parada, asintiendo. Empezó a llorar y me repitió que no podía ser verdad unas 30 veces. Como yo, no podía creer que el primer intento fuera el bueno. Por fin su hija era feliz, por fin se había cumplido su sueño. Volví a sentir amor hacia mis embriones.
Pedí cita con mi ginecólogo y el test sanguíneo también dio positivo. Por aquel entonces no sabía cuantos bebés podría tener, pero los valores eran muy altos y existía la posibilidad de que fueran gemelos. Podría estar segura en dos semanas, cuando tuviera la primera eco. Y sí, sí… me dijo que había dos bebés en el útero. Era demasiado pronto para oír los latidos pero ya podía sentir las buenas vibraciones. ¡Seguro que les iría genial ahí dentro! Los donantes eran jóvenes, los embriones de la mejor calidad, ¿por qué iba a ir mal?
Todavía no lo podía creer. Durante años había luchado por mi deseo de tener un bebé, había conocido la tristeza durante mucho tiempo, hasta me había hecho a la idea que nunca lo conseguiría… ¿y ahora estaba embarazada? ¿¡Al primer intento!? Estoy tan agradecida con el Instituto Marquès por todo su cuidado, su profesionalidad, sus palabras amables y su apoyo… Todo el amor que recibí de mi familia, amigos e incluso desconocidos cuando oían mi historia, el equipo de Barcelona… es indescriptible. ¡Todos estos factores posibilitaron que estos bebés puedan llegar a un hogar lleno de alegría, amor, diversión y salud!
Me compré una casa nueva cerca de toda esta buena gente para poder criar a mis hijos de la mejor manera posible. Necesitaría ayuda, no todo iba a ser tan fácil… tendría que cuidar a 2 niños yo solita. Encontré un buen parvulario cerca de casa que ya tenía ganas de conocer a mis gemelitos. Todo el mundo me apoyaba. ¡Creo que eso es súper importante! Me hace muy feliz que mis hijos vayan a ser bienvenidos por toda la gente, no sólo por mí.
Llevo 3 meses embarazada ya y todo va sobre ruedas. No tengo nauseas, simplemente estoy muy cansada. Es un embarazo de ensueño, pero se que se complicará mientras vaya avanzando. Bueno, ¡valdrá la pena! Mi próximo sueño es conocer a las 2 personitas que viven dentro de mí y ayudarles a crecer. Giraré mi mundo entero para poderles dar todo lo que necesiten. He tenido una gran vida hasta ahora, pero siento que mi vida ‘real’ está todavía por llegar.
Mi ex, Paul, sabe sobre mi embarazo. Me doy cuenta de que no debe ser fácil para él, pero sólo puedo pensar… Querido Paul, lo tuviste todo, debías haberlo cuidado mejor. Le deseo todo el amor y felicidad que se merece, espero que algún día sea feliz y encuentre el coraje de perseguir sus propios sueños.
A Astrid y a mí aun nos queda un camino que recorrer. Lo hemos hablado. Resulta que no no quería decir lo que me dijo, pero su vida se complicó con sus 3 hijos y su trabajo. Se asustó de las cosas más prácticas. Ahora se da cuenta de lo egoísta que fue y del daño que me hizo. Debía haberme comunicado su duda antes para yo haberme podido preparar mejor. El momento fue muy inadecuado pero puedo entenderlo. Hemos sido amigas tanto tiempo ya, estoy segura de que superaremos este bache. Ahora viviré más cerca de ella y espero poder verla más y arreglar las cosas del todo. Ya me ha ofrecido su ayuda en momentos complicados con los niños.
Lo único que debo hacer ahora es llevar este embarazo a un final feliz. Lo veo como si me hubieran hecho un regalo perfecto hecho con amor. Probablemente, tendré que dejar el trabajo pronto así que usare ese tiempo para convertir mi casa nueva en un hogar perfecto y precioso. Un hogar para mis hijos y para mí, un hogar donde puedan crecer.
No voy a fallar a toda esa gente que me ha apoyado. Haré lo imposible para ser una buena madre para mis hijos. Todo el mundo se dará cuenta de que esos niños y yo pertenecemos juntos. ¡Siento que no podía haber sido de otra manera! Por fin estaremos juntos y viviremos una vida muy feliz, repleta de todo el amor que se merecen.
(Bruselas, octubre 2011)